miércoles, 6 de mayo de 2009

Ana María Matute



Acabo de terminar de leer el último libro de Ana María Matute, "Paraíso inhabitado". Me ha gustado tanto que no puedo evitar hablar de la autora. Poco a poco voy descubriendo multitud de tesoros femeninos.

Hay tantos.....

Esta fascinante escritora, que te envuelve con su escritura tierna y sencilla, nació en Barcelona en 1926. Es novelista y forma parte de la Real Academia de la Lengua desde 1996, ocupando la letra K. Mérito inmenso si tenemos en cuenta que fue la cuarta mujer aceptada en esta institución desde hacía 300 años.

Actualmente la Academia está formada por 37 hombres y 4 mujeres:
  • 1998 - Ana María Matute (escritora)
  • 2002 - Carmen Iglesias (historiadora)
  • 2003 - Margarita Salas (científica)
  • 2008 - Inés Fernández-Ordóñez (filóloga)
Hubo otras dos mujeres:
  • 1784 - María Isidra de Guzmán y de la Cerda (académica honoraria y posiblemente 1ª académica del mundo)
  • 1978 - Carmen Conde (1ª mujer de la RAE)
Ana María Matute es también invitada en las universidades de Oklahoma, Indiana y Virginia; en 1984 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil, es miembro honorario de la Hispanic Society of America, un premio literario lleva su nombre, ha sido traducida a 23 idiomas y en 2007 recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas por toda su labor literaria.

"Matute es profesora de la universidad y viaja a muchas ciudades para dar conferencias, especialmente a los Estados Unidos. Ella se da a conocer por sus discursos sobre los beneficios de los cambios emocionales, los cambios constantes en el ser humano y cómo la inocencia nunca se pierde completamente. Ella dice que, aunque su cuerpo es viejo, su corazón todavía es joven."
http://es.wikipedia.org/wiki/Real_Academia_Espa%C3%B1ola



"Nací cuando mis padres ya no se querían. Cristina, mi hermana mayor, era por entonces una jovencita displicente, cuya sola mirada me hacía culpable de alguna misteriosa ofensa hacia su persona, que nunca conseguí descifrar. En cuanto a mis hermanos Jerónimo y Fabián, gemelos y llenos de acné, no me hacían el menor caso. De modo que los primeros años de mi vida fueron bastante solitarios.

Uno de mis recuerdos más lejanos se remonta a la noche en que vi correr al Unicornio que vivía enmarcado en la reproducción de un famoso tapiz. Con asombrosa nitidez, le vi echar a correr y desaparecer por un ángulo del marco, para reaparecer enseguida y retomar su lugar; hermoso, blanquísimo y enigmático.

Nunca supe por qué razón el Unicornio había intentado escapar del cuadro y durante mucho tiempo me intrigó, y aun me atemorizó un poco. Por aquellos días yo no debía de tener más de cinco años -quizá sólo cuatro-, pero ese recuerdo tiene un lugar relevante entre los primeros de mi vida. A veces, los recuerdos se parecen a algunos objetos, aparentemente inútiles, por los que se siente un confuso apego. Sin saber muy bien por qué razón, no nos decidimos a tirarlos y acaban amontonándose al fondo de ese cajón que evitamos abrir, como si allí fuéramos a encontrar alguna cosa que no se desea, o incluso se teme vagamente."

El libro gira en torno al mundo de la infancia y a su final como tránsito a la edad adulta. Tránsito que vivencia como un duelo y que nos conecta con ese duelo que no llegamos a vivir debido a la inconsciencia con la que viajamos por esa etapa de nuestra vida.

Y ese duelo queda reflejado en las últimas palabras de la historia:

"- Pero lo vi: vi cómo echaba a correr... Y desaparecía. ¿Volveré a ver al Unicornio?

Eduarda aplastó el cigarrillo en el cenicero, sacudió con el humo que aún flotaba en una casi invisible nubecilla, y dijo:

- Los Unicornios nunca vuelven."




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